Ubicado en la zona meridional y central de Asturias, cuenta con una incalculable riqueza natural y cultural.
El Parque Natural de Las Ubiñas-La Mesa comprende un territorio de montaña con relieve de pronunciados contrastes, del que se alza, cerca del límite con tierras leonesas, el macizo de Peña Ubiña, la segunda montaña más alta de la región tras los Picos de Europa, con altitudes superiores a los 2.400 metros.
Situado en el sector más meridional y central de Asturias, integra los terrenos de los concejos de Lena, Quirós y Teverga incluidos en la Reserva Regional de Caza de Somiedo.
Los valores ambientales que definen al parque son la diversidad biológica que presenta y su magnífico estado de conservación. En su superficie se encuentran ejemplos de más de la mitad de las familias vegetales asturianas, con más de un tercio del espacio ocupado por bosques maduros y dominados por el hayedo. La fauna cantábrica se encuentra muy bien representada, con especies como el oso pardo y el urogallo cantábrico, incluidas en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas, o la nutria y el desmán, dos grupos asociados a cursos de agua de elevada calidad ambiental. Las aves rapaces, el corzo, el venado, el rebeco, el lobo o el zorro forman también parte de su vida animal. Entre las aguas que discurren por el Parque Natural de Las Ubiñas – La Mesa, destaca el desfiladero formado por el río Val de Sampedro, en el que se encuentra Cueva Huerta, declarada Monumento Natural.
A esta riqueza ambiental se unen sus numerosos valores culturales. Cuenta con una de las más ricas estaciones rupestres del noroeste peninsular (Abrigos Rupestres de Fresnedo), de representaciones pictóricas de la Edad de Bronce – Edad de Hierro. Conserva además restos de la época castreña, aunque sin duda sus elementos más representativos son la Vía Carisa y el Camino Real de la Mesa, ambas calzadas romanas tan antiguas como los primeros indígenas astures, que comunicaba la región con la meseta leonesa. En los pueblos del entorno aún se pueden ver buenos ejemplos de la arquitectura tradicional de la montaña asturiana, con viviendas de piedra con corredores de madera. Junto a estos núcleos coexistieron las brañas, zonas de pasto de verano, en las que se construían las sencillas cabañas de piedra cubiertas de teja o escoba -los teitos-, además de los corros o cabanos, construcciones circulares con falsa cúpula de piedra.
Mis ojos no daban crédito
a esta belleza salvaje
los blanco de las montañas
la oscuridad de los valles.
El atardecer adorna
aún más estos parajes.